miércoles, abril 25, 2007

Sangre de Campeón: 9.-Un campeón nunca dice mentiras

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Carlos Cuauhtémoc Sánchez
Sangre de Campeón
Novela formativa con 24 directrices para convertirse en campeón.
Ciudad de México
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Al fin hallé la escalera de metal. Estaba áspera y floja. Puse un pie sobre ella con el temor de que se viniera abajo. Rechinó. Otro murciélago pasó rozándome. Estuve a punto de perder el equilibrio.

Movido por el deseo de escapar, comencé a subir.

Llegué al techo y golpeé.

- ¡Lo lograste! –me dijo la voz desde afuera-, ahora empuja y yo jalo. Hace años que nadie abre esta tapa. Está pesada.

Hice un gran esfuerzo. Al fin, la escotilla se abrió y salí a gatas. Mi salvadora me tendió la mano. Era una mujer alta y delgada.

- Hace frío –me dijo-. Vamos a las oficinas. Están calientes y alfombradas.

- Gracias –respondí caminando a su lado.

- ¿Quieres que llamemos por teléfono a tus papás para que vengan por ti? Tal vez estén buscándote.

- Sí –contesté-. Por favor.

Sacó una pequeña llavecita de su bolsa y abrió la chapa. Encendió la luz. Entramos a la oficina del director.

Marqué el teléfono de mi casa. Sonó por varios minutos.

Nadie contestó.

- Seguramente mis padres se quedaron a pasar la noche en el hospital –supuse-, y Carmela tiene el sueño muy pesado. Mejor me voy yo solo a casa.

- ¡Pero son casi las dos de la mañana! Quédate a dormir aquí. Te conseguiré cobijas.

Entonces la miré:

Era una joven de dieciséis o diecisiete años, vestida con zapatos tenis y ropa deportiva. Tenía ojos cafés y cabellos castaño brillante. Usaba un perfuma fuerte.

Murmure en voz baja:

¿eres la sobrina del conserje? Todos en la escuela hablan de ti, pero como nunca sales ... dicen que... –titubeé-, dicen que ... eres fea y jorobada.

Sonrió.

Algunos niños son muy crueles –comentó-. En fin.

Oí tus gritos y me desperté. Por suerte conozco muy bien ese sótano. He bajado varias veces –hizo una pausa; después preguntó -: ¿Qué hacías allá adentro?

Sentí vergüenza y comencé a decir mentiras:

- Me gusta explorar. Entré al sótano buscando aventuras. De seguro, el conserje, es decir, tu tío, vio la tapa abierta y cerró sin darse cuenta de que yo estaba adentro.

- ¡OH! –exclamó-. ¿Y qué te pasó en la oreja?

- Ah, no es nada. Me rasguñe escalando una montaña.

Ella negó con la cabeza. Sin duda detectó la falsedad de mis palabras.

Hace poco leí –relató con tono maternal-, que en una tribu se ponía a prueba a los jóvenes para medir su valor. A un chico le pidieron que se internara en la selva, buscara un león, una serpiente y un elefante; se acercara a cada uno y los tocara. El joven partió. A las pocas horas encontró el león, después a la serpiente. Arriesgando su vida, tocó a ambos animales. Buscó al elefante, pero no halló ninguno. Varios días después, desfalleciendo de hambre, regresó a la aldea. Todos lo rodearon para escuchar su informe. El sólo tenía que decir “logré lo que me pidieron”, sin embargo, dijo la verdad: “Lo siento, no pude encontrar a ningún elefante.” Entonces, para su sorpresa, lo levantaron en hombros y le aplaudieron. “eres una persona de gran valor” –le dijeron-, “no hay ningún elefante cerca porque ahuyentamos a todos; pudiste mentirnos, pero la prueba para demostrar tu valor era decir la verdad.” Piensa en esa historia, Felipe. La fortaleza real de alguien, se mide por su capacidad para resistir a la tentación de mentir, aunque “la verdad” lo avergüence o no le convenga.

- Yo... yo... –titubeé-. Soy un aventurero... Por eso estaba en ese sótano...

- ¿En serio?

Apreté los dientes, abochornado.

- Tienes razón... Estoy mintiendo... Perdóname...

Sentí un nudo en la garganta y, después de unos minutos, comencé a platicarle todo. Le hablé de mi familia, de Lobelo, del trampolín, de la fiesta y de mis alucinaciones cada vez que miraba sangre.

Ella me contestó con ternura:

- Tienes un don muy extraño. Puedes ver la esencia de las personas en la sangre, pero los demás podemos verla en los ojos; son como las ventanas del alma. Supe que mentías porque te miré a los ojos. También sé que eres un niño muy noble porque lo veo en tu mirada.

Sentí una especie de cariño espontáneo hacia esa hermosa joven. La miré de frente y le seguí el juego.

- ¿Qué más ves en mis ojos?

- Que tienes muchos miedos; no confías en la fuerza que se te ha dado para ser campeón.

Baje la vista contrariado.

- ¿Cómo lo sabes? –pregunté-. ¿Eres psicóloga?

Sonrió.

- Algo así. ¿Sabes, Felipe? –dijo después-. Alguien, a quien quiero mucho, me regaló una cajita con consejos muy valiosos. Te la voy a enseñar.

Salió de la oficina y después de un rato regresó trayendo varias cosas: bajo el brazo derecho, una cobija blanca y una almohada; bajo el izquierdo, una pequeña caja de madera y, en la mano, un vaso de leche con galletas.

- Déjame ayudarte –le dije.

Pusimos la leche sobre la mesa y acomodé la cobija en la alfombra.

- Descansa un rato –me sugirió-. Te presto esta caja. Luego me la devuelves. Cuando tengas tiempo lee las tarjetas que contiene.

Me tomé la leche de un trago y devoré las galletas.

Bostecé. Puse la almohada en la alfombra, me tapé con la cobija y abracé la cajita de madera.

Me dormí casi de inmediato. Entre sueños sentí que la caja brillaba.

Desperté como a las nueve de la mañana. Doblé la cobija, tomé el pequeño cofre de madera y salí.

La reja estaba abierta. El conserje levantó la mano como deteniéndome.

- ¡Muchacho! ¿Qué hacías adentro de la escuela a esta hora? ¡Ven acá!

- Su sobrina le explicará. Pregúntele a ella.

Seguí corriendo. Después de un largo rato, llegué a mi casa y toqué la puerta.

Esperaba que mi madre saliera llorando, me abrazara y dijera: “Felipe, ¿dónde andabas? ¡Tú papá y yo hemos estado buscándote toda la noche!”

Volví a tocar, pero nadie me abrió.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Podrias hacer un analicis xfa para hoy 🤗🤗

Anónimo dijo...

Lo que se entiende es que nunca digas mentiras aunque te dé vergüenza

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